En el año de 1980 Pilar Olivares de Michell, realiza un viaje de turismo al pueblo de Cabanaconde. Enamorada del arte oriundo plasmado en acuarelas y oleos, vuelve a Arequipa y decide crear un concurso con el fin de apoyar el arte peruano, bajo en recursos económicos pero rico en talentos artísticos.

Así nació el primer Concurso Nacional de Pintura Michell y CIA orientado únicamente a la técnica de la acuarela y del Oleo. Luego de tres décadas de trayectoria ininterrumpida, se consolida como uno de los principales concursos de pintura en el Perú y se opta por implementar una nueva categoría: el arte textil, transformándose el evento en “Concurso de Arte Michell & CIA”.

Antecedente histórico

En nuestro país se han desarrollado prácticamente todas las técnicas textiles conocidas: cordelería, palitos, rueca de mano, rueca de pedal y telar de cintura. No es coincidencia que en las antiguas culturas, esta actividad se haya desarrollado ampliamente, alcanzado un grado de excelencia en toda Latinoamérica.  

Bruno Franco, Organizador del Concurso comenta: “El pueblo peruano era el único pueblo pre colombino que tenía acceso a la lana de los camélidos americanos (llama, alpaca, vicuña), además ellos cosechaban algodón en la costa y en el contexto de la cultura andina, había mucho tiempo libre entre las actividades de la siembra y la cosecha y ese era el tiempo que podían dedicar a las artes, por ende establecer una categoría del telar en el concurso, nos iba a permitir revalorar y posicionar nuevamente esta actividad, el fin es que no se extinga esta hermosa manifestación de cultura”.

La búsqueda de telares

Desde que se instauró esta nueva categoría, Ruffo Pizarro, Coordinador General del Concurso ha recorrido costa y sierra llevando la convocatoria a diferentes ciudades del país, pero haciendo mayor énfasis en los pequeños pueblos que desarrollaban el arte del telar. “Todos los años viajo alrededor de nuestro país y siempre encuentro novedades, me alegra mucho ver que cada año aumentan los participantes, sobre todo porque la gente es muy desconfiada, piensan que les queremos robar su trabajo, convencerlos de participar es a veces muy complicado”, comenta. 

Dada la vasta extensión de nuestro país y la dificultad para llegar a estos recónditos lugares, transportar los telares ha costado mucho trabajo, por ese motivo la participación de poblados selváticos quedó relegada, pero el año pasado algunos trabajos de esta región se han hecho presentes. A propósito de eso Pizarro, cuenta que transportar un telar desde la selva implica viaje en bote por un día y a veces otro día más por tierra, sin embargo la calidad del trabajo supera ampliamente cualquier dificultad previa.

Arte familiar

“Elaborar un telar convoca la participación de toda la familia” dice Pizarro. En poblados como Pisac o Chincheros, el telar es fruto de un trabajo que convoca la unidad familiar y todos colaboran para obtener el producto final. 

El padre por excelencia siempre será el que proporcione la materia prima, muchas veces hará largos recorridos para conseguir tintes de colores, mezclará y teñirá los hilos con lo hijos varones. La madre es la que lleva la destreza en las manos, ella puede demorar hasta tres días elaborando tan sólo 10 centímetros del telar. Necesita de las manos de sus hijas pequeñas, que no tienen callos ni asperezas, para pasar los dedos entre los hilos y acomodarlos delicadamente hasta lograr la forma deseada, les enseña a tejer.

Cuando terminan el telar, lo llevan todos juntos a las ferias o a los paraderos de ómnibus, donde venden o muchas veces rematan su trabajo. Los detalles son diversos, sin embargo la técnica repite una y otra vez figuras provenientes de la cultura Paracas o Chancay: flores llamativas y llenas de colores o motivos monocromáticos en donde destacan los colores negro y café.

Muchas veces los telares muestras actividades o momentos cotidianos de las familias, el embarazo de una madre, la muerte de un hijo, las estaciones, un sueño extraño entre otros, lo que le da un valor adicional, pues quien compra estos tejidos, se lleva también parte de la historia de estas personas.

En el 2015, la familia Puma Apaza ganadora del Concurso de Arte Michell y CIA recibió 3 mil dólares y más de 50kg de hilados como premio, lo que les permitió no sólo seguir apostando por el arte del telar, sino que también les permitió mejorar su humilde casa y por fin tener un taller, así mismo, grande fue la sorpresa cuando se les comunicó que su trabajo se expuso en la Pinacoteca de Michell en Arequipa, luego en el Museo Textil Precolombino AMANO en Lima y posteriormente en la Embajada de Perú en Tokio.

Sin duda, de todos los productos prehispánicos de nuestro país, los tejidos causan más asombro por su belleza y elaboración, desde las llicllas y los ponchos hasta las fajas contemporáneas, la calidad se ha mantenido vigente. Ante esto, es preciso decir que el legado de nuestros ancestros sigue vivo, respira, se nutre y evoluciona.

convocatoria
Este año la convocatoria ha sido masiva y los trabajos se recibirán todos los trabajos hasta el día 10 de agosto del presente, todas las bases se encuentran en la página oficial www.michellarte.com